Una Cierta Mirada
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El pacto federal de Feijóo en el PP
Los dirigentes territoriales son libres de actuar como les parezca más conveniente, sin interferencias ni reproches de la dirección nacional, siempre que, a continuación, se hagan cargo de sus resultados
No es por enmendar la plana a mi propio periódico y a la mayoría de la flota mediática, pero yo no veo por ningún sitio la voluntad de Isabel Díaz Ayuso de ir al choque con Alberto Núñez Feijóo, ni viceversa. Al menos, no en este momento, lo que no excluye que tal colisión pudiera producirse en otro contexto y circunstancias.
Sencillamente, una y el otro se atienen a sus cometidos respectivos, y lo hacen en los términos convenidos implícitamente cuando llamaron de urgencia al doctor Feijóo para sacar a su partido del agujero en que se había metido.
Cuando una moción de censura inesperada lo desalojó del Gobierno, el Partido Popular entró en un shock postraumático del que aún no se ha recuperado por completo. Desde entonces y hasta el aterrizaje de emergencia de Feijóo en el edificio de la calle Génova que Pablo Casado puso en venta (más bien en almoneda), el partido conservador español anduvo dos años largos a trompicones, flotando sobre el ring como un boxeador sonado.
Pablo Casado nunca logró hacerse verosímil como alternativa de poder frente al consorcio sanchista. El escepticismo cundió aún más tras el encadenamiento de resultados electorales desastrosos para el PP a lo largo de 2019: generales de abril, municipales, autonómicas y europeas de mayo y, de nuevo, generales de noviembre. Bastante hizo entonces con salir airoso primero de la ofensiva de Rivera y después de la crecida de Vox.
Casado tenía vocación de permanencia, y ello le condujo a cometer dos errores fatales: practicar un genocidio interno borrando del mapa todo lo que oliera a las direcciones anteriores (lo que se llevó por delante 15 años de experiencia de gobierno) y encomendar al jefe de su aparato que hiciera lo mismo en los territorios. El objetivo era crear una nueva clase política de obediencia casadista, que lo protegiera incluso en el caso de una nueva derrota ante Sánchez y sus aliados.
Lo que resucitó al PP —y esto es clave para interpretar el proceso posterior— fue precisamente el éxito de dos líderes territoriales: Juanma Moreno logró poner fin a 40 años de hegemonía socialista en Andalucía (también mediante una carambola insólita, luego consolidada por su buen hacer) e Isabel Díaz Ayuso, tras un inaudito golpe de osadía, arrasó en Madrid y se convirtió en icono social de la derecha. Ello puso de nuevo al PP en la carrera nacional, pero la inmadurez atolondrada de Casado y sus inexpertos centuriones lo devolvió al abismo.
Feijóo llegó al PP en abril de 2022 como un entrenador de campanillas llamado de urgencia por un gran club que se veía en peligro de quedar fuera de las competiciones europeas, con la misión de poner su partido de nuevo en condiciones de disputar todos los títulos. Ello pasa por ganar las dos competiciones electorales de 2023: la territorial del 28-M y, después, la de las generales. Juega a todo o nada.
El gallego comprendió rápidamente dos cosas esenciales: que su contrato es estrictamente interino, pero contiene una promesa de renovación permanente si logra el objetivo. Y que la única forma de hacerlo es apoyándose en sus dirigentes territoriales y que estos lo apoyen a él hasta la cita decisiva de las generales.
Así pues, en primer lugar, clarificó el futuro con un compromiso destinado a apaciguar inquietudes y amainar ambiciones prematuras: si no gano las elecciones generales, prometió, me iré a mi casa. La cosa está clara: si a principios de 2024 Feijóo es presidente del Gobierno, se quedará al mando de su partido tanto tiempo como permanezca en la Moncloa. En caso contrario, organizará una transición lo más ordenada posible para que otra persona actúe como líder de la oposición frente al Frankenstein intensificado de Sánchez. Nadie debe tener prisa por desalojarlo: ya se desalojará él solo si pierde, y dejará el poder interno disponible para que barones y baronesas se lo disputen como quieran.
Además, forjó una especie de pacto federal implícito dentro de su partido. El pacto consiste en que los dirigentes territoriales son libres de actuar como les parezca más conveniente, sin interferencias ni reproches de la dirección nacional, siempre que, a continuación, se hagan cargo de sus resultados. Todo muy empresarial: ahí tiene usted su delegación territorial. Aplique en ella la estrategia de ventas que le parezca mejor y después tráigame el balance de su gestión.
A cambio de tanta libertad de acción, los barones y baronesas ayudarán a Feijóo a llegar a la Moncloa sin poner palos en las ruedas ni cuestionar —al menos, públicamente— la aptitud del capitán del barco para llevarlo a buen puerto.
La propiedad virtuosa de este pacto federal —que contrasta con la verticalidad despótica impuesta por Sánchez en el PSOE— es que se corresponde exactamente con lo que desea unánimemente el público potencial del PP, que incluye a casi toda la derecha y a una parte de exvotantes del PSOE que abominan de Sánchez.
Por poner el ejemplo del que más se habla en crónicas y tertulias: Feijóo es plenamente consciente de que Ayuso debe disponer de absoluta libertad para cumplimentar su misión, que no es otra que amarrar una sólida mayoría en Madrid el 28-M y retenerla para las generales. Eso pasa, en el caso de Madrid, por conquistar todo el espacio posible en la frontera con Vox. Por su parte, Ayuso sabe bien que, por mucho que la jaleen sus seguidores, el público de la derecha no le perdonaría un solo movimiento que pusiera en peligro el objetivo supremo de echar a Sánchez y recuperar el Gobierno que Rajoy se dejó arrebatar con su proverbial impavidez.
Ayuso no va al choque con Feijóo, sino a la búsqueda de los 100.000 votos que necesita añadir para garantizarse la mayoría absoluta
El pacto no exige uniformidad en los contenidos. Al contrario, en la inminencia de las elecciones municipales y autonómicas, cada candidato es libre de administrar los mensajes de su campaña como mejor le parezca, sin riesgo de ser corregido o desautorizado por la cúpula. Y cuando lo inminente sean las generales, la línea de campaña que marque Feijóo será palabra de dios.
Ayuso no va al choque con Feijóo, sino a la búsqueda de los 100.000 votos que necesita añadir a su abultada cuenta de 2021 para garantizarse la mayoría absoluta. Si considera que le viene bien reclamar la ilegalización de Bildu para no dejar un centímetro disponible a la expansión de Vox, no será Feijóo quien se lo impida. Y si él piensa fundadamente que no debe dar ese paso (seguramente perdedor ante cualquier tribunal competente, además de políticamente discutible), no lo dará y nadie en su partido —tampoco Ayuso— se lo reprochará públicamente.
Antón, Antón, Antón pirulero,
Cada cual, cada cual que atienda a su juego;
Y el que no lo atienda, pagará una prenda.
La canción infantil resume la regla del juego que Feijóo ha propuesto al PP. El que él mismo se aplica y, hasta el momento, todos parecen dispuestos a cumplir. Tan confortable como eficaz. Ciertamente, no garantiza la victoria; pero es que el modelo anterior garantizaba la derrota, y todos lo saben.
No es por enmendar la plana a mi propio periódico y a la mayoría de la flota mediática, pero yo no veo por ningún sitio la voluntad de Isabel Díaz Ayuso de ir al choque con Alberto Núñez Feijóo, ni viceversa. Al menos, no en este momento, lo que no excluye que tal colisión pudiera producirse en otro contexto y circunstancias.
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