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El sanchismo, según Iván Redondo
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Ignacio Varela

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El sanchismo, según Iván Redondo

La medida del éxito de Sánchez como gobernante, según Redondo, se mide en días de estancia en la Moncloa. De hecho, los tiene contados y sabe exactamente que el 2 de febrero de 2026 superará a Zapatero y el 26 de junio a Aznar

Foto: Iván Redondo. (EFE/Chema Moya)
Iván Redondo. (EFE/Chema Moya)
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Iván Redondo es un reputado consultor político y también una de las personas que mejor conoce e interpreta los códigos del sanchismo. Fue uno de los principales parteros de la concepción estratégica de la criatura, pieza clave en la operación que llevó a Pedro Sánchez a la Moncloa y el más influyente consejero del presidente durante los tres primeros años de su mandato. En ese tiempo, su espacio de poder efectivo rebasó ampliamente el que convencionalmente corresponde al director del Gabinete de la Presidencia del Gobierno tal como lo define el BOE desde su creación en 1982: "Órgano de asistencia política y técnica". El papel de Redondo se pareció más al del Chief of Staff de la Casa Blanca, que opera en la práctica como un primer ministro, sólo por debajo del presidente y por encima de los ministros.

Desde que salió del Gobierno, Iván Redondo publica una columna semanal en La Vanguardia en la que comenta la política con referencias frecuentes al juego del ajedrez, formula pronósticos con acierto desigual y ofrece consejos gratuitos. Sus textos resultan a veces deliberadamente abstrusos, pero siempre es útil leerlos (y, a continuación, descifrarlos) porque destilan el espíritu más auténtico de la visión política del sanchismo. De hecho, en ocasiones se permite el lujo de aleccionar a su cliente y antiguo jefe.

Su columna del pasado lunes contiene, en un solo comprimido, un tratado completo de la filosofía sanchista (mis disculpas a los filósofos). El título ya establece una buena guía: "Sánchez superará a Zapatero y Aznar". No quiere decir que los superará en sus logros como gobernantes, en los avances derivados de sus políticas o en su aportación al interés público: ese no es en absoluto el tema del artículo ni algo que parezca preocupar especialmente al autor. Redondo augura lo verdaderamente importante para él: que Sánchez permanecerá en el poder más tiempo que Zapatero y que Aznar. Eso incluye a Suárez, Calvo Sotelo y Rajoy; y sólo sentido un elemental de la prudencia (que no de la ambición) le priva de incluir en la quiniela los trece años y medio de Felipe González.

Así pues, la medida del éxito de Sánchez como gobernante, según Redondo, se mide en días de estancia en la Moncloa. De hecho, los tiene contados y sabe exactamente que el 2 de febrero de 2026 superará a Zapatero y el 26 de junio de ese mismo año a Aznar, colgándose una medalla de plata que tiene sabor a oro porque, al parecer, en los tiempos de González no había control antidoping.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Juan Medina) Opinión

Así pues, primera lección de sanchismo básico: triunfar en el Gobierno consiste en durar, independientemente de lo que se haga o deje de hacerse durante ese tiempo. Muchos diríamos que un mes de la presidencia de Suárez pesa en la historia de España infinitamente más que los 12 años a los que aspira Sánchez (no olviden: objetivo 2030), pero acepto que eso refleja una concepción antagónica de la política.

No pierdan este párrafo luminoso: “Cuando todo esto esté embastado (se refiere a 'dar el paso definitivo' en las políticas territoriales identitarias y a encontrar alguien que sustituya en la izquierda de compañía a la amortizada Yolanda Díaz), Sánchez tendrá en sus manos la posibilidad de anticipar elecciones tras superar antes a Zapatero y luego a Aznar". Primero el récord, luego la reválida.

Foto: Pedro Sánchez en el Congreso Regional del PSOE de Madrid. (Europa Press) Opinión

Hasta aquí, nada sorprendente. A estas alturas, toda España sabe que la misión que da sentido a la vida de Sánchez y del movimiento al que da nombre es perpetuarse en el poder. Lo que sobresalta de la columna es la receta que el doctor Redondo prescribe para lograr el objetivo. Básicamente, consiste en sortear las emboscadas (sic) que la Constitución pone a quien aspira a ejercer el poder sin límites. A corto plazo, la primera y principal emboscada a eludir se llama Presupuestos Generales del Estado.

"¿Por qué la siguiente estación de este viacrucis deberían ser los presupuestos generales del Estado? —se pregunta Redondo—. "¿Por qué situar el centro de gravedad de la legislatura en este trámite parlamentario?" Con un 3,2% de crecimiento del PIB y el mercado laboral en su mejor momento, los presupuestos "no son condición sine qua non, por mucho que la Constitución obligue" (aquí fue donde me dio un salto el corazón).

Continúa Redondo: "No son los PGE lo que ahora importa, porque no organizan la convivencia, como tampoco sucede nada si se pierden votaciones en el Congreso. Se aceptan las derrotas con deportividad. Tanta inflación de táctica política confunde demasiado (…) Si España sigue creciendo a este gran ritmo, lo más inteligente sería no ponerse la soga al cuello y situarse en otra emboscada como serían los PGE".

Foto: Pedro Sánchez, en el Congreso del PSOE de Madrid. (EP) Opinión

Redondo completa su tratamiento con lo que él denomina "convivencia". Reproduzco: "La convivencia entre diferentes debería ser el norte de esta legislatura. La reunión con el presidente de Junts en Bruselas —y no el paripé de la proposición no de ley para una cuestión de confianza— es convivencia. Con esa imagen, el jefe del Ejecutivo habrá ganado la cuestión de confianza que no presentará".

Está claro: pudiendo hacerse una foto en Bruselas, ¿para qué diablos se necesita el paripé de una votación en el Parlamento? Pudiendo amarrar siete votos con un fugitivo de la Justicia, ¿qué falta hace hablar con la oposición? Lo primero es convivencia, lo segundo sería una pérdida de tiempo, cuando no una traición. Esto lo firma quien en el párrafo anterior renegó de "tanta inflación de táctica política".

Efectivamente, para el sanchismo perder sistemáticamente las votaciones en el Parlamento no pasa de ser una minucia que debe aceptarse con deportividad, como quien pierde una partida de parchís. Lo que hay que hacer es que se vote lo menos posible; y, si no hay otro remedio, viajar a Bruselas y/o a Ginebra cuantas veces sea necesario y con la bolsa llena, todo sea por la convivencia. Como dice Redondo, lo peor que puede hacerse es "reducir este 2025 a la gestión legislativa y a la aprobación de los PGE", dos artefactos prescindibles para lograr lo verdaderamente importante, que es durar más que Zapatero y Aznar (por el momento).

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la rueda de prensa tras el Consejo de Ministros. (Europa Press/Gustavo Valiente) Opinión
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Combate Redondo la concepción secular de los Presupuestos del Estado como una pieza esencial de la gobernación. Para él son una emboscada de la que hay que huir como de la peste: un mero trámite, nada que ahora importe, “trabajar para la nueva rasante Trump con armas de la vieja era Obama”. El artículo 134 de la Constitución, a la basura; y con él, toda la doctrina y la tradición de la democracia parlamentaria durante varios siglos.

Hay que comprender a los sanchistas: la Constitución está repleta de emboscadas para quien posee alma de autócrata. De hecho, ella misma es la emboscada principal. Los Presupuestos son una emboscada, pero también lo son los procedimientos legislativos, el deber de respetar métodos y plazos, los mecanismos de supervisión y control. Y qué decir de la existencia de jueces y tribunales no domesticados que en cualquier momento pueden anular una decisión, tumbar una ley o incluso meterte en chirona si has delinquido en nombre de la convivencia (en su versión redondista). Por esa vía de razonamiento, no es difícil llegar a la conclusión de que la obligación de convocar elecciones cada cuatro años sabiendo que quizá las pierdas es también una emboscada. ¿Por qué pasar por ese viacrucis, si la mayoría social está ya tan acreditada como la ley de la gravedad?

A Iván Redondo lo cesaron porque se embriagó de poder y exigió no sólo mandar más que los ministros, sino que le dieran una cartera; pero dejó la semilla de su pensamiento firmemente sembrada en la cabeza adecuada. La diferencia es que cualquiera de los presidentes anteriores habría cesado sin vacilar a un director de Gabinete que le sugiriera cosas como las que firma los lunes en La Vanguardia. En todo caso, se agradece la sinceridad.

Iván Redondo es un reputado consultor político y también una de las personas que mejor conoce e interpreta los códigos del sanchismo. Fue uno de los principales parteros de la concepción estratégica de la criatura, pieza clave en la operación que llevó a Pedro Sánchez a la Moncloa y el más influyente consejero del presidente durante los tres primeros años de su mandato. En ese tiempo, su espacio de poder efectivo rebasó ampliamente el que convencionalmente corresponde al director del Gabinete de la Presidencia del Gobierno tal como lo define el BOE desde su creación en 1982: "Órgano de asistencia política y técnica". El papel de Redondo se pareció más al del Chief of Staff de la Casa Blanca, que opera en la práctica como un primer ministro, sólo por debajo del presidente y por encima de los ministros.

Pedro Sánchez
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