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Crónicas desde el frente viral
Por
El ciclo de ascenso y desplome de las tiranías
Los sucesos de estos días adquieren sentido cuando repasamos las obras cumbres de la narrativa sobre el ciclo de ascenso y desplome de las tiranías
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Todos los líderes que abusan del poder se creen a salvo. Y ninguno contempla las consecuencias de sus actos. Todos alcanzan grandes alturas por medio de la crueldad, la manipulación y la tiranía. Pero ninguno es consciente del carácter inevitable de la caída.
Todos acaban convirtiéndose en sus propios verdugos. Y la historia no se cansa de demostrarlo. También la literatura nos ayuda a comprender cómo la ambición desmedida y la falta de ética terminan provocando la autodestrucción.
En las grandes obras de ficción, el desmoronamiento suele precipitarse a partir de un solo hecho que activa una cadena única de consecuencias. Pero la realidad es distinta, claro. Reúne más factores y más actores, hay más cadenas. Por eso hace falta más de un libro para explicar lo que estamos viendo.
Sin embargo, sí que existe un fuerte punto de contacto entre el arte y la vida. En los dos ámbitos, inevitablemente, quien abusó termina siendo conducido ante sus peores temores.
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El poder también contiene eso, conlleva siempre las cargas trágicas del miedo y de la soledad. Y puede que el Ricardo III de Shakespeare lo refleje mejor que nadie.
Noche cerrada, los fantasmas aparecen en el campamento del Rey para atormentarle antes de la batalla. Son sus víctimas: Eduardo, Enrique, los dos príncipes, Ana y Clarence. Todos le maldicen de la misma forma, uno detrás de otro: “¡Desespera y muere!”.
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Aquí y ahora, los fantasmas no surgen en el sueño, aparecen en la prensa cada mañana y cada vez son más. Vemos a las víctimas y vemos también a los compañeros. Ricardo III se adentra en el combate a pesar de sentirse aterrorizado. Su ejército es masacrado y termina queriendo escapar: “¡Un caballo! ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!”.
Sobre ese mismo hilo conductor avanza la trama de
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El espectro del padre de Hamlet cumple una función parecida, desvela los hechos ocultos. Aquí y ahora, la aceleración es informativa. Cada mañana nos trae el alumbramiento de un escándalo nuevo, pese a los intentos de intimidación.
En El mercader de Venecia, Shylock termina siendo desenmascarado y humillado cuando su estrategia judicial acaba revelando la propia hipocresía.
En El Rey león, remedo shakesperiano, los socios, las hienas traicionan al líder movidas por la codicia, después de calcular que su poder ya no les beneficia.
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A Julio Cesar le acaba ocurriendo algo semejante, pero con traidores mucho más cercanos, es apuñalado por los suyos.
En El Padrino II, que bebe de esas mismas fuentes, el exceso lleva a Michael Corleone al sótano de corrupción moral. Comete atrocidades. Destroza su entorno familiar. Al Rey Lear, la muerte o la traición de los seres queridos le llevan a la locura y a la ruina.
También explora Coppola la relación entre la corrupción, el poder y la enajenación en Apocalypse now. Su Kurtz, como el Kurtz de “En el corazón de las tinieblas”, es un arquetipo de líder absoluto que se aísla para ejercer infundiendo la violencia y la sumisión. Ambos reflejan el contraste de la pulsión narcisista con la civilización.
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Los sucesos de estos días adquieren sentido cuando repasamos las obras cumbres de la narrativa sobre el ciclo de ascenso y desplome de las tiranías. Encienden los corredores del laberinto alumbrándonos el secreto de la trayectoria: cada paso hacia el abuso acerca al líder al precipicio. Aquí y ahora, quedan pocos.
Vivimos en un tiempo que insiste en volver a mostrarnos la fragilidad de las democracias. Pero la historia real y las historias de ficción también demuestran la fragilidad de las tiranías.
Todos los que abusan del poder caen porque son frágiles. Y lo son por combinaciones de distintos motivos.
Todos los líderes que abusan del poder se olvidan de que el poder es efímero. Siempre ha sido así y lo es todavía más ahora
Son frágiles porque son inflexibles –el Creonte de Antígona-, porque subestiman a los adversarios –Los intocables-, porque tienen una falsa percepción de invulnerabilidad –Breaking Bad-, porque sufren desgaste físico o mental –
Todos los líderes que abusan del poder se olvidan de que el poder es efímero. Siempre ha sido así y lo es todavía más ahora. Ninguna época ha sido menos propicia para los tiranos que la actual.
Ahora la información fluye libremente, el escrutinio es constante, la censura imposible y todo eso resulta devastador para quienes dependen del miedo o de la represión para gobernar.
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El engaño y la manipulación, el acoso, solo funcionan hasta que la realidad irrumpe tal y como estamos viendo aquí y ahora. Revelar lo que es cierto puede ser todavía difícil y costoso, sí. Puede seguir requiriendo arrojo, sí. Pero es lo correcto.
Es una buena noticia que la verdad siga sirviendo para acelerar la caída de quienes se consideran impunes. Es bueno que mantenga el don de devolver la democracia a su ser.
El colapso tardará más o tardará menos, pero está cerca. El patrón se repite. Solo quedan tres pasos hacia el abismo.
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Primero, el aislamiento: la construcción de una burbuja que alimenta el ego. Allí dentro no llega el malestar, ni caben las críticas racionales. Hacia fuera, no salen más que decisiones erráticas. Desvaríos.
Segundo, la presión externa creciente: el desmoronamiento de la autoridad. La erosión de las bases de apoyo. El efecto dominó.
Tercero, la traición de quienes antes fueron aliados y ejecutarán el golpe final. El deseo de autoconservación de los mediocres. El instante en el que los de al lado se preguntan si tanto sacrificio merece la pena blandiendo ya, nada más que por instinto de supervivencia, el puñal en la mano.
Todos los líderes que abusan del poder se creen a salvo. Y ninguno contempla las consecuencias de sus actos. Todos alcanzan grandes alturas por medio de la crueldad, la manipulación y la tiranía. Pero ninguno es consciente del carácter inevitable de la caída.