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Óscar Puente. Óleo sobre lienzo
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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Óscar Puente. Óleo sobre lienzo

Con máscara es igual que sin ella. No hace de matón, es un matón. Es como se le ve, es como se le oye

Foto: El ministro de Transportes, Óscar Puente. (EFE/J.P.Gandul)
El ministro de Transportes, Óscar Puente. (EFE/J.P.Gandul)
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Hace algunos años, la vida me llevó a estar muy cerca de dos personas que interpretaron labores de comunicación parecidas a las del protagonista de este texto. Emitían un discurso que en el argot se denomina de "poli malo".

Cumplían la función de hostigar al adversario político con declaraciones agresivas, ofrecían el reverso destructivo del líder partidario y mantenían tensas a las tropas a base de agresividad. Con bastante frecuencia eran jaleados por los cargos y por los militantes.

A lo largo de muchas jornadas, vi cómo esas dos personas pedían a sus asesores la expresión más punzante antes de comparecer en el Congreso, cómo la recibían y la afilaban con un toque adicional de malicia de cosecha propia. Luego, notaba el miedo de los contrarios según se levantaban del escaño a repartir cera y sentía la satisfacción de los compañeros cuando las expectativas de espectáculo terminaban superadas.

También les vi poner en pie polideportivos y plazas de toros. En todos los mítines, siempre saltaba la voz de un militante gritando un "dales caña". Entre las sillas de plástico, siempre se levantaba la demanda de estopa. Y, ante el micrófono, siempre se repetía el mismo estribillo duro, durísimo, diseñado para agitar las tripas durante toda la campaña y que en todos los lugares prendía de igual manera.

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Además, les vi, decenas de veces vi, parar en seco todo lo que se estaba haciendo. El jefe había mandado un "Dale duro a este". Tocaba diseñar pronto el mensaje para redes. Había que disparar para reventar el alma del rival político. Y la orden se ejecutaba con fuerza y precisión, sin piedad. Igual que un francotirador.

En ocasiones, sin embargo, también pude ver a esos dirigentes duros y brutalmente leales echar el freno al diccionario y rechazar expresiones demasiado groseras o conflictivas sugeridas por el equipo.

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Por eso puedo escribir que mostraron los límites, que filtraron. Y por eso puedo hoy sostener que, pese a sus hoscas imágenes públicas, ninguno es una mala persona. Simplemente, cumplieron su papel en un país de irreparables pulsiones fratricidas. Y lo hicieron bien.

A pesar de todo, en los dos casos, la distinción entre la persona y el personaje no les salvó de un espantoso sufrimiento que tardé mucho en entender. Necesité tiempo para comprender que en todos los partidos termina haciendo falta que alguien se ponga esa máscara, pero que la careta termina castigándote y casi devorándote.

Quien interpreta la función de hostigador lo hace en todo momento, en todos sitios y, desde luego, para siempre. Es una dinámica peligrosa. La exposición pública es constante y el lenguaje tiene que hacerse más y más hiriente para seguir captando la atención del público. El grado de agresividad volcado en cada ataque marca el punto de partida de la barbaridad siguiente. El rencor y la repulsión se acumulan. Y todo eso tiene consecuencias.

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Convertirse en un matón discursivo, porque así lo requiere el líder y porque uno mismo así lo acepta, implica asumir el precio de terminar siendo pieza de caza mayor. La factura va rellenándose poco a poco. Lleva su tiempo. Pero siempre llega. Y doy fe de que lo hace con un peso que troncha al más duro de los hombres.

La vida me ha permitido vivir esa llegada dos veces, las dos de madrugada. Y no le deseo a nadie, ni al peor de mis enemigos, que viva ese momento. Sé muy bien que el miedo resulta tan tremendo ahí dentro que hasta falta el aire. Y no tengo ninguna duda de que Óscar Puente terminará clavado en ese trance de soledad extrema.

Todo cambia, yo lo he visto. He visto a hombres poderosos asustados como niños. He visto recibir, de golpe, todos los golpes que antes se propinaron. Ansiolíticos y llamadas que nadie responde. He visto el vértigo de no saber lo que se publicará mañana. Los periodistas con el cuchillo en la boca. He visto la burla de un país entero y el sentimiento de humillación. Los insultos en la calle y el pánico en el equipo. La duda de los compañeros y hasta de los familiares. El alcohol y los gritos de pura desesperación. La depresión y el instinto de supervivencia tambaleándose. Y así durante noches y noches. Durante semanas. Durante meses.

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No es fácil salir entero de ahí. Pero es posible, yo he sido testigo. Con entereza y ayuda, existe la posibilidad de desandar el camino y de regresar a uno mismo. Quitarse la careta de matón no es sencillo, sobre todo, porque la disciplina y el placer le metieron a uno tan dentro del papel que hasta le confundieron la personalidad.

El poder y la historia del arte siempre han tenido mucho que ver con ese otro tipo de representación. El dirigente no sólo representa a los demás, también se representa a sí mismo. Cualquiera puede pensar en ello al caminar por las principales instituciones de nuestra nación.

En los pasillos suelen estar expuestos los retratos de los altos cargos públicos que las dirigieron. En realidad, todos esos lienzos podrían haber sido pintados de una manera más valiente y veraz. Cada obra podría mostrar la cara de la persona real con la máscara en la mano del personaje público que representó.

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La paradoja y la excepción, en estos momentos de extrema indignidad política en todos sitios, residen en que Óscar Puente con máscara es igual que sin ella. En mi opinión, no hace de matón, es un matón. Es como se le ve, es como se le oye. Y, precisamente por eso, está colocado donde está.

Probablemente, esté marcando así su altura moral y su rango de acción política. Seguramente, este es el límite de su capacidad. El resto es debilidad. Mala cosa después de sembrar tantos vientos. Cuando lleguen mal dadas, que llegarán, me temo que no tendrá recursos ni para arrepentirse. Pobre hombre, me temo que nunca sabrá lo que le habrá ocurrido.

Hace algunos años, la vida me llevó a estar muy cerca de dos personas que interpretaron labores de comunicación parecidas a las del protagonista de este texto. Emitían un discurso que en el argot se denomina de "poli malo".

Óscar Puente
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