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La izquierda caritativa: la pelea ideológica de fondo en el congreso del PSOE
Los socialistas afrontan su 40 Congreso con un objetivo muy definido, pero también con contradicciones serias. Y los dardos que Iván Redondo ha lanzado esta semana ahondan en ellas
De los recados que dejó Iván Redondo a los socialistas esta semana, en las vísperas del congreso, hay uno más significativo que el resto. El exasesor de Pedro Sánchez subrayó el error que supone volcarse en el aparato, y el gran recorrido, ligado a esta equivocación, que puede tener Yolanda Díaz, de quien afirmó que puede convertirse en la primera presidenta de España.
Nadie toma en serio, dentro del PSOE ni tampoco en UP, la advertencia de Redondo sobre un gran éxito de Díaz, pero sus palabras ahondan en algunas suspicacias cada vez más presentes entre los socialistas, que creen que se está dejando demasiado a espacio a la vicepresidenta segunda, que sale demasiado en la foto. Pero, sobre todo, sienten que sus esfuerzos por llevar a cabo políticas progresistas están siendo poco reconocidos por buena parte de la población.
Muchas de esas medidas han sido entendidas como el producto de la presión de los socios del Gobierno
La actividad del Gobierno durante el tiempo de legislatura ha sido ingente, desde los Erte hasta la subida del SMI, pasando la consecución de los fondos europeos, el Ingreso Mínimo Vital, la ley de eutanasia, el acuerdo sobre pensiones, el desbloqueo de los presupuestos del Estado, el desencallamiento de la situación catalana, la ley de vivienda y la campaña de vacunación, y todas ellas en un contexto de crisis excepcional. Y, sin embargo, todo ese impulso no parece haber tenido el rédito correspondiente. Desde la derecha, todas esas medidas han generado mucha animadversión, que las ha aprovechado para seguir instigando un antisanchismo creciente, incluso en asuntos, como la vacunación, que han sido un éxito evidente. Al mismo tiempo, los expertos electorales subrayan que Sánchez tiene un problema a la hora de transmitir confianza, que la percepción que se ha extendido es que se trata de un dirigente impostado, que no genera credibilidad.
Por otra parte, muchas de esas medidas han sido entendidas como el producto de la presión de los socios del Gobierno, como si fuera la insistencia de Yolanda Díaz y Podemos la que finalmente indujera a tomar medidas más atrevidas de las que los socialistas pretendían. La tensión entre la parte más ortodoxa del ejecutivo, liderada por Nadia Calviño, y la más progresista, ratifica esa tesis. Sin embargo, esa idea tiene mucho de irreal, porque el presidente es Sánchez, y el PSOE el partido mayoritario, y por lo tanto, la responsabilidad y el mérito o demérito de esas medidas es fundamentalmente suya: no se habrían tomado si Sánchez no hubiera querido. Pero, por alguna razón, esa obviedad funciona sólo en lo negativo; las críticas son para Sánchez, los méritos para Díaz.
1. La victoria o el desastre electoral
El congreso de este fin de semana está planteado, entre otros objetivos, para introducir factores que alteren ese resultado. El regreso al aparato y el fortalecimiento de lo territorial no sólo tienen como finalidad combatir de tú a tú con un PP asentado en las baronías, sino cohesionar el partido para lograr su propósito principal. Como aseguran fuentes socialistas, “el gran reto del Gobierno es gestionar las ayudas de la UE de modo coherente con los objetivos, con eficacia, transparencia y explicación a la ciudadanía en todo el proceso, con análisis regulares de los impactos y desarrollando una gobernanza efectiva de concertación con las CCAA”.
Redondo avisa de que ese plan puede salir mal. Y hay argumentos en esa dirección: la contradicción ideológica dentro del PSOE es uno de ellos
Centrarse en este objetivo permite depender menos de la figura del presidente, pero también reducir la capacidad de socios y rivales de atribuirse los méritos. Si el reparto de los fondos sale bien dará un empujón a la economía española, lo que generará también mayor aceptación electoral para los socialistas, y dejará a Díaz y al resto de socios con poco margen para recoger los aciertos en el reparto. Si la gestión es la correcta, todo irá bien, incluso para Podemos: “De ese balance vendrá la victoria de la coalición o el desastre electoral”.
Redondo avisa de que ese plan puede salir mal. Y hay algunos argumentos razonables para pensar que la hoja de ruta puede llevar a lugares poco favorables para el PSOE. Uno de ellos es la nueva contradicción ideológica que existe en el partido.
2. Sánchez suelta lastre
La presentación del libro ‘Nueva socialdemocracia’ (Fundación Pablo Iglesias), firmado por Manu Escudero, actual embajador de España ante la OCDE, tuvo lugar en Ferraz hace un par de semanas, con Adriana Lastra como conferenciante principal, y con la presencia de la ministra Reyes Maroto entre el público. El autor, uno de los defensores de Sánchez en la época difícil, en la que fue responsable del área económica del partido, señalaba el giro ideológico que sacudió a los socialistas con la llegada al poder del presidente, que lo llevó decididamente hacia el progresismo (“El ‘no es no’ fue mucho más que una negativa a que gobernase Rajoy”), algo que no se ha valorado lo suficiente.
Más que seguir un programa socialdemócrata, el viejo PSOE quería poner en marcha medidas limitadas y caritativas
Según Escudero, la nueva dirección permitió que los socialistas se desprendieran de una tendencia muy negativa, de un lastre que definió como ‘izquierda cool’. Citó un ejemplo muy expresivo, el de que cómo afrontaba el viejo PSOE el problema de la desigualdad. Cada vez que exponía los riesgos sociales a que nos abocaba, se le respondía: “Vamos a hablar de pobreza, Manu, pero no de desigualdad”. La pobreza es un concepto que permitía una acción acotada, dirigida a ámbitos muy concretos, y que se sustanciaba en políticas paliativas; poner el acento en la desigualdad hubiera obligado a acciones estructurales, más profundas y más reales, pero también más problemáticas. Situar la pobreza en el lugar de la desigualdad suponía un programa político y económico completamente distinto.
El viejo PSOE pretendía seguir en esa posición complaciente, que permitía dejar todo el mismo lugar al tiempo que, gracias a las medidas paliativas destinadas a las situaciones sociales más difíciles, podía mantener el cartel de progresista. Era, además, una constante de las fuerzas socialdemócratas de aquella época, que en los grandes asuntos reforzaban las líneas ortodoxas de la economía, es decir, las ancladas en un marco neoliberal, pero entendían que debía hacerse algo con esa parte de las clases menos favorecidas que se encontraba en situaciones verdaderamente urgentes. Más que seguir un programa socialdemócrata, lo que introducían eran medidas limitadas y caritativas. Según Escudero, la llegada de Sánchez cambió eso, y la ‘izquierda cool’ dejó de ser dominante en el partido: “El partido socialista es plural, pero en esencia ha aprendido la lección, como lo ha hecho el Presidente, que no se ha desviado de su proyecto en todos estos años. Ha habido accidentes de recorrido, pero si se hace el sumatorio final, es un líder de izquierda comprometido”.
3. El giro de la nueva izquierda
Sin embargo, esa pluralidad interna ha dejado también espacio, no sólo a la vieja izquierda cool, sino a una nueva izquierda tan pija o más que la anterior. Las mismas preguntas que aparecieron en el coloquio tras la presentación dejaron sentir algo de ese espíritu, de esa insistencia en arrastrar los pies cada vez que a los socialistas les toca moverse. Tras el covid, que supone, además de la tragedia humana, la segunda crisis económica en una década, la desigualdad se colocó en el centro de la agenda, pero lo hizo de una forma llamativa.
La forma de casi toda la izquierda de afrontar un problema gravísimo ha consistido en prolongar el viejo marco mental con nuevos términos
La desigualdad no implica el simple hecho de que en la sociedad unos tengan más y otros menos, unos muchos y otros poco, sino la reestructuración del mercado, es decir, de los recursos y del poder, en muy pocas manos. Implica que una parte muy pequeña de la sociedad ha conseguido mucho más y el resto, desde las clases medias altas hasta las trabajadoras, bastante menos. Supone la concentración del poder y los recursos, de modo que los oligopolios y los monopolios disponen de una enorme capacidad de decisión mientras que las empresas grandes nacionales, las medianas, y las pequeñas, deben lidiar en un contexto en el que cada vez les quedan menores márgenes, en el que sus costes aumentan, su acceso al dinero es más caro y los beneficios caen. En una situación más complicada aún están los autónomos y los trabajadores, cuyos ingresos decaen, o no aumentan en la medida en que lo hace el nivel de vida. Todo esto es lo que significa la desigualdad.
La manera de casi toda la izquierda de afrontar este problema gravísimo, que está en el centro de la articulación de la vida económica y política contemporánea, ha sido prolongar el viejo marco mental con nuevos términos. Los conceptos que utilizan ahora, en lugar de pobreza, son juventud, igualdad de género y cambio climático.
Y aquí las cosas se vuelven más turbias, porque cualquier argumento en contra de esta posición es tildado como reaccionario. La izquierda activista ha centrado su actividad en la batalla cultural alrededor de estos significantes, y la izquierda institucional los ha adoptado como elementos prioritarios de la acción, es decir, como conceptos que utilizan para actuar del mismo modo que lo hicieron con la pobreza. Unos se enredan en discusiones banales de lo cultural contra lo material, y los otros utilizan los mismos pretextos para seguir actuando de la misma manera, como si las crisis no hubieran existido.
4. El truco
Centrarse en los nuevos problemas, la juventud, las diferencias salariales y de posición entre hombres y mujeres y la descarbonización, tiene ventajas, en la medida en que focaliza todo en elementos discursivos, a menudo toscos (los viejos nos roban, el varón blanco de clase media nos oprime, los propietarios de coches diésel acaban con el planeta), permite enfrentar a unas partes de la sociedad con otras y, al mismo tiempo, adoptar una mirada de superioridad respecto de quienes no apoyan incondicionalmente a esas nuevas clases sociales y sus luchas.
Pero la realidad es otra, muy despegada de tales discursos. De lo que se trata es de seguir en el mismo marco reductor y caritativo que se utilizaba en la pobreza. Un ejemplo, el de la vivienda, puede ilustrar de manera clara este truco limitador. Se ha insistido mucho en los últimos tiempos en la dificultad de los jóvenes para acceder a un alquiler. Pero no es cierto que los jóvenes no puedan alquilar o no tengan opción de comprar una casa: los jóvenes de familias con recursos pueden comprar o alquilar vivienda fácilmente, porque cuentan con el soporte necesario; la dificultad la tiene el resto.
La desigualdad se transmuta en un problema de vivienda, la vivienda en uno de alquiler y el alquiler en uno juvenil: entonces se toman medidas
El centro del asunto está en que la evolución del mercado laboral, del empresarial y del de la vivienda hacen cada vez más difícil que las personas tengan recursos para afrontar sus gastos de subsistencia sin recurrir a la ayuda familiar. Es decir, el problema reside en que cada vez se depende más de los recursos acumulados para contar con una vivienda digna, porque la gran mayoría de los salarios, por sí mismos, no permiten alquilar ni para comprar. Y esto ocurre en todos los terrenos: un pequeño negocio lo abre, usualmente, quien cuenta con soporte para hacerlo. Hubo épocas en Europa en que esto no era así, pero señalar que hubo otro tipo de capitalismo es un ejercicio nostálgico, al parecer.
En resumen: la pérdida de poder adquisitivo (la desigualdad) se transmuta en un problema de vivienda, la vivienda se convierte en un problema de alquiler, el alquiler en un problema de los jóvenes, y entonces se establecen ayudas para que los jóvenes alquilen. No se toca nada estructural, se introducen medidas paliativas, cuando no caritativas, y todo resuelto. La 'izquierda cool' de la que hablaba Escudero sigue bien presente.
Esta reducción es sistemática, y opera en muchos terrenos. El cambio climático es uno de ellos. Tras los chalecos amarillos, y con el impulso a las energías verdes tras el covid, se planteaba qué hacer en una transformación necesaria, pero que exige esfuerzos mayores a clases ya tensionadas, como las medias bajas y las trabajadoras. La solución de la UE pasa por establecer un fondo que ayude a esos estratos sociales a realizar esa transición de una manera menos dolorosa. Es decir, se regresa a la introducción de medidas paliativas, cuando las políticas de cambio climático exigirían, para triunfar, una modificación estructural. De otro modo, aumentarán las desigualdades sustancialmente, y la caridad no ayudará a contener las tensiones.
5. Cómo hacer tortilla
Y todo esto forma parte de la misma tendencia: la de una izquierda que quiere hacer tortilla sin romper huevos. La derecha contemporánea, desde luego, es mucho más atrevida. Debe reconocerse que no toda la izquierda es igual. También dentro del PSOE hay personas como Escudero, que tienen otra visión, y que confían en que la pulsión socialdemócrata goce de un impulso sustancial en los tiempos que llegan: “Hace falta un reformismo real que transforme la sociedad, que lo haga gradualmente y que busque la correlación de fuerzas favorable, en un escenario de tres grandes transformaciones, la digital, la tecnológica y la demográfica. Y Sánchez y sus equipos son maestros en el arte de los tiempos políticos, y eso es esencial para el reformismo”.
Sin embargo, esa no parece ser la opción dominante dentro de un PSOE, el del 40 Congreso, focalizado en la gestión de los fondos, en el asentamiento territorial, el de la pelea contra Vox, y en la competición con el PP. Tampoco los partidos a su izquierda parecen muy pendientes de estas cosas, ya que han estado demasiado volcados en complacencias con los independentismos, demasiado pendientes del decrecimiento y de agitar banderas culturales. Yolanda Díaz apunta otro perfil, y ahí puede abrirse una brecha, pero es muy pronto para siquiera hacer apuestas.
6. Quedarse en el medio
El problema de hacer tortillas sin romper huevos es que pasa factura, porque te deja en tierra de nadie: ni solucionas los problemas ni se reconocen los esfuerzos. El precio de la energía es un buen ejemplo. A primeros de agosto, el Gobierno ya era consciente de que los precios de la iban a continuar subiendo, al menos hasta marzo de 2022. Sin embargo, no parecía especialmente preocupado por ello. La ministra de Trabajo insistió en el asunto, porque era consciente de la repercusión que tenía para las pymes y para la industria, con el efecto arrastrado sobre el empleo. Sin embargo, el gobierno tardó en reaccionar, y fue a iniciativa de Sánchez, y no tanto de la ministra Ribera. El efecto de la subida puede suponer un desgaste notable para el Gobierno, también por la sensación de que no es capaz de gobernar con eficacia un sector estratégico. Aitor Esteban lo subrayó en el Congreso de los diputados esta semana.
El PSOE reaccionó, pero tarde. Esa parte de los socialistas que se mueve arrastrando los pies, a la que le cuesta dar pasos poco ortodoxos, se resistió a actuar. Cuando lo hizo, introdujo medidas paliativas que no tuvieron apenas efecto, pero que provocaron que las eléctricas les planteasen un pulso muy serio. Y cuando tomaron medidas más contundentes, ya se había generado la percepción de que fue la insistencia de sus socios de Gobierno la que les obligó a actuar. Un planteamiento decidido desde el principio les habría granjeado las mismas críticas, pero hubiera sido apreciado por sus posibles votantes, pero también por los españoles perjudicados con la factura.
Al final, las medidas caritativas se vuelven en contra, porque ni resuelven los problemas, ni se maneja el escenario
Este es el problema político para esa clase de izquierda, ya que estamos en un momento muy complicado, de esos en los que la falta de decisión se paga. No afrontar los problemas estructurales supone que las medidas caritativas se vuelven en contra, porque ni resuelven los problemas del sector al que se dirigían, ni se maneja el escenario. Al final del camino, los adversarios políticos han mordido, los votantes propios no están satisfechos y la sociedad tiende a responsabilizar al Gobierno. Es falta de arrojo conlleva quedarse en medio de unos y otros y recibir golpes desde ambos lados.
Esto es lo que puede ocurrir con la forma de abordar los problemas de la juventud, la igualdad de género y el cambio climático. Y desde luego con los fondos de recuperación: que no satisfagan ni a unos ni a otros, que no solucionen los problemas y que se deje la puerta abierta a los rivales. Este es un problema serio, y no afecta únicamente al socialismo español, porque la falta de arrojo de Biden después de las promesas que formuló, puede entregar el gobierno estadounidense a la siguiente ola republicana, la falta de valor de la Unión Europea para cambiar el paso de verdad puede llevar a que los populismos de derecha se extiendan con éxito por Europa, y la timidez en las acciones económicas pueden llevar a la pérdida de poder adquisitivo a la gran mayoría de españoles. Esta ausencia de coraje es el signo de los tiempos, y lo demás resulta secundario.
De los recados que dejó Iván Redondo a los socialistas esta semana, en las vísperas del congreso, hay uno más significativo que el resto. El exasesor de Pedro Sánchez subrayó el error que supone volcarse en el aparato, y el gran recorrido, ligado a esta equivocación, que puede tener Yolanda Díaz, de quien afirmó que puede convertirse en la primera presidenta de España.